Camino de Gryemouth, el autobús hace una parada de descanso en Punakaiki, una zona de acantilados erosionados por las olas y el viento. Y aprovecho para dar un rápido vistazo.
Senda a los acantilados
Rocas, viento, llovizna y mar movida
Las rocas parecen querer contar su historia
El mar se cuela bajo la piedra
En los días despejados, hacia el sur se pueden ver los picos nevados de los Alpes Neozelandeses. Hoy no es uno de esos días
Llegada a Greymouth, desembocadura del río Gris. Otra ciudad portuaria como Westport, aunque ésta parece más viva
Pescadores de río. Aquí, al igual que en España, uno pesca, otro asesora y otro espera su pescado subvencionado
La ciudad no me parece ni fea, ni bonita, pero me resulta más viva y atractiva que Westport
Café de barrio, coche de ligón de barrio (supongo)
Chatarrería de las afueras
Antiguo banco reconvertido en museo de la ciudad
Me encanta el juego de palabras.
(Para los de francés: BANCO DE NUEVA ZELANDA / UNA NUEVA TIERRA)
Han conservado el viejo puerto industrial del río. Resulta bonito e interesante para los que nos gustan estas cosas. Puerto, ferrocarril, historia
Parece que el óxido no colabora mucho con la conservación
La vía junto al muelle de madera
Cucharas industriales
Amarres de madera y hierro
Puerto pesquero al abrigo de las olas, en la laguna al final del río
Viejo muelle
Madera y agua
Junto a los espigones de la desembocadura. A esta zona la llaman Whitewater, agua blanca o agua brava
A pesar de la belleza del romper de las olas duro poco en el espigón, me estoy calando
Mi paseo por la ciudad va terminando.
El campo de rugby
Mi albergue
A la mañana siguiente, paseo por la playa norte hasta Point Elizabeth, un promontorio frente a unos arrecifes
Como casi todas las playas que he visto hasta ahora, maravillosamente salvaje
Poca compañía, apenas las gaviotas y una mujer con perro
El mar llena de espuma la playa
Kilómetros de soledad
Unos gruñidos evitan que pise a la foquita, ni la había visto
Debe haberse perdido, pues no se ve ninguna otra foca en la playa. Cerca creo que hay una colonia de focas
Para ella la soledad no es tan agradable como lo es para mí. Pero no busca mi compañía, cada vez que me acerco me gruñe
Después de un rato sigo mi camino. No sé que podría hacer por ella, espero que se encuentre con su madre
Andar por la playa es pesado y lento, así que me salgo a la carretera para no retrasarme mucho
Y en los prados junto a la carretera. ¡Un corderito!
!Dos corderitos¡
La madre del cordero
Modelo Agata Ruiz de la Prada
Vitorio y Luchino
No sé qué tengo, que todos los bichos recelan de mí y me miran como si fuera carnívoro.
Hasta esta cosa sale corriendo de mí
Bueno, se acaba la carretera y empieza la senda de subida
La vegetación de Nueva Zelanda es exuberante por donde quiera que vayas
Colores del Mar de Tasmania
Fin de senda. Los arrecifes desde el promontorio
A lo lejos, la lluvia y la bruma le dan un aire fantasmagórico a la costa
Y entonces aparece el fantasma de los cielos
Debo estar cerca de una zona de nidificación. Las gaviotas no paran de dar pasadas sobre mí mientras graznan como locas
No me parece muy amistosa
Menos mal que no son suicidas como en "Los Pájaros" de Hitchcock
En vista de que no me invitan a café, me largo a comer a la ciudad
Por la tarde me voy a dar lo que yo pensaba que sería un corto y tranquilo paseo por la montaña que hay detrás del albergue
La supuesta senda está pésimamente indicada, todo está embarrado y resbaladizo, el paisaje es de bosque de hadas o de terror, no sé. Vegetación muy frondosa, árboles extraños, y una especie de lianas durísimas por el suelo que no te dejan avanzar
La tarde está muy húmeda y el cielo negro, puede empezar a llover fuerte en cualquier momento, además son las seis y pico y va a anochecer en menos de dos horas, así que decido regresar, pero no encuentro el camino. No me gustaría que la noche me pillará aquí, el terreno es abrupto y no lo conozco, y de ocurrir ésto, me debería esperar al amanecer para poder continuar, no me apetece. Tras veinte minutos intentando encontrar la senda alrededor de la última marca, tomo la determinación de ir hacia el oeste "to tieso", hacia donde se ve más claridad y se oye algo el mar, esa es la dirección hacia la ciudad.
No las tengo todas conmigo, guardo la cámara para protegerla y me concentro en avanzar, es dificilísimo andar por aquí, me he resbalado más veces que en toda mi vida, estoy magullado y me duele el costado izquierdo por un golpe, las gafas me han "saltado"en tres o cuatro ocasiones, y la mitad de veces que te apoyas en un tronco o rama, se parte, están podridas. Además, de vez en cuando veo algún hoyo donde prefiero no acercarme. Empiezo a estar preocupado y le ruego a la Diosa de los viajeros idiotas que se van al monte solos, sin GPS, sin conocerlo y sin haber dicho a nadie dónde iba, que me ayude. Finalmente la Diosa se apiada de mí y me permite llegar a un claro donde hay una línea eléctrica, ya sólo queda seguirla hasta el camino. Por fin, llego al albergue al anochecer, lleno de barro y vapuleado por las mil caídas. Viendo luego el mapa en el albergue, me doy cuenta de que apenas ha sido poco más de un kilómetro lo que he tenido que avanzar a pelo, pero me ha costado hora y media. Casi me ahogo en un vaso de barro.
Tras dormir y reponerme del "paseíto" de la tarde anterior, me voy a ver los glaciares Frank Joseph y Fox, más al sur de la isla, pero lo único que veo es llover. Me entero de que a principios de primavera por aquí diluvia. Cada vez que bajo del coche a hacer una foto termino empapado
El agua cae a cataratas por las montañas, en mi vida he visto tanta agua de lluvia. En esta zona la pluviometría llega a los 11000 mm al año, ¡una bestialidad!
Es bonito de ver, pero se echa de menos poder andar
Antes de volver a Greymouth, hacemos una parada para ver un centro de la naturaleza donde tienen kiwis (aves). Son el símbolo de Nueva Zelanda y están encantados con estos bichos, de hecho, los habitantes de las islas se autodenominan kiwis con orgullo. Son aves muy delicadas y nocturnas, por lo que no dejan hacer fotos a los dos que hay en una sala acondicionada para el público. Son unos bichos deliciosos, me paso más de una hora viéndolos. Son como balones emplumados, aunque parece pelo, con patitas y pico larguísimo, van de un lado a otro correteando y dando silbidos y, de vez en cuando, estiran el cuello y graznan. Cuando les das un silbido parecido al suyo vienen corriendo hasta el cristal que los separa del público. Bueno, a pesar de la lluvia y de no ver los glaciares, ha estado bien el día
Estación de Greymouth, esperando el tren transalpino que nos lleve a Christchurch, en el lado este de la isla. Última etapa en el hemisferio sur
Por fin llega. Toca posar para que mamá haga una foto
Tren y niños contentos, me gusta la combinación. Me recuerda mi infancia en la estación de Cuenca, donde mi tío trabajaba
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